Vertida en la superficie
aguardaba la onda que llegara y la hiciera sonar, como cabriola vibrante y urgente. Era herida su piel y en sus costillas los otros habían escrito con pez destinos de mujer enjambre. Ardiendo en mente y camino, hilvanaba sangre de antiguos recodos con súplicas presentes. Pero se cansó de esperar, apartó el agua sobrante de sus ojos y en su lugar acunó patios, remendó caminos, arrimó madera a los fuegos vivos, señaló en algún lugar de su mano su destino y emergió del agua para encontrarse en los tramos de la tierra que ya eran suyos.
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